11/06/2006

El cuartito

Los primero tiempos en las relaciones de pareja parecen siempre marchar con viento a favor. Nunca un sí ni un no. Todos son arrumacos, abrazos, ver la tele pegados, acostarse a dormir haciendo ‘cucharita’, besito al levantarse, besito al acostarse y sobre todo, mucha pero mucha comprensión. Si hasta se diría que son almas gemelas.

Pero cuando empiezan a pasar los meses y las parejas se van tomando confianza, lo que al principio era color de rosas, va tornándose un poco más oscuro. Sobre todo, si no son un dechado de virtudes….

Pero yendo un poco más al grano…

Podemos decir que las mujeres somos el género quejoso, pero siempre tenemos una justa razón: les pedimos que nos dejen ver tranquilas nuestra serie preferida, que no nos atosiguen con la monótona voz de los comentaristas deportivos y los interminables partidos de fútbol o baloncesto de los que a los dos días ya no se acuerdan ni el resultado. Que no dejen su ropa sucia esparcida por la casa a medida que van avanzando, dejando así los zapatos en el pasillo, las medias en la puerta de la cocina, los pantalones y la camisa en el piso del dormitorio y, finalmente ellos, en calzoncillos, cómodamente parados con el culo para adentro, mirando fijamente el televisor. Todo un espectáculo deplorable.

Diversos son los temas conyugales que tenemos para exponer en nuestras tertulias femeninas donde intentamos verbalizar los contubernios, los embrollos matrimoniales e intentamos desentrañar el enmarañado mapa de la psiquis masculina. En este punto coincidimos: no es que sea demasiado complejo - porque ellos parecen ser mucho más felices que nosotras -. Lo que pasa es que no podemos comprender que ciertos reclamos no les hagan mella.

Y esta falta de permeabilidad a temas de índole doméstica, esa indiferencia ante lo que para nosotras hace a nuestra calidad de vida, es lo que más nos saca de nuestras casillas.

¿Pero qué sucede cuando se nos colma la paciencia? ¿Qué ocurre cuando los cursos acelerados de psicología intuitiva fallan dejándonos sin soluciones?

Pues la respuesta cualquiera la sabe: sálvese quien pueda!!!

Ese cúmulo de acciones nefastas que llevan del enojo atragantado al grito exagerado, puede ser el causal de muchas rupturas, separaciones temporales u ofuscamientos transitorios que al cabo de un rato suelen evaporarse tal cual aparecieron. Algunas optan por volverles la espalda a sus maridos luego de una buena discusión; otras por cortarles la posibilidad de todo diálogo, poner cara de pocos amigos y mantener el silencio forzado hasta nuevo aviso; algunas se van a dar un paseo hasta que pasa el malhumor dejando que sus pensamientos vuelvan a fluir por un cause de normalidad. Pero otras, en una actitud un tanto más intransigente, recurren a la tajante alternativa de echarlos a ellos de la casa.

Al principio, estos se quedan un tanto desconcertados: ‘¿irme?, ¿A dónde si se puede saber?’ ‘¡¡Pues a la casa de tu mamá!!’, les contestamos sin reparo. Pero no todas tenemos a nuestros queridos suegros para que nos echen una mano ante este tipo de circunstancias. Convengamos que los padres de ‘él’ siempre están felices de tenerlos con ellos nuevamente a dormir, aun a pesar de que el ‘hijo pródigo’ vuelve al hogar paterno muy a su pesar y con el rabo entre las piernas -

Por lo tanto, es necesario recurrir a otras alternativas y ante una de aquellas ‘bocanadas’ de furia en la que queremos darle a nuestro marido el peor de los castigos, los echamos de nuestro lado y les privamos de nuestra compañía, mandándole… a… a…. a… a ‘el cuartito’.

El ‘cuartito’ es esa oscura y fría habitación de la casa, que tiene una ventana interior donde se escuchan los dimes y diretes de todo el edificio, que no tiene un cama donde rendirse muerto, ni un sofá y ni siquiera una mesita. Ahí es donde va a parar. ‘¡ahora a ver como se las arregla sin mí!!!’ pensamos no sin cierta satisfacción.

De esta forma pasa la primera noche, nosotras cómodamente en nuestros acogedores lechos, estiradas a lo ancho, durmiendo plácidamente con la sonrisa impresa en el rostro con la satisfacción de que la venganza pergeñada ha sido una idea genial.

La segunda noche, ya nuestra conciencia nos empieza a jugar algunas malas pasadas. Los pensamientos de furia y rencor, se ven empañados por unos pantallazos donde vemos a nuestro hombre tirado en un colchoncito en el suelo, apenas cobijado por una sábana liviana y recostado sobre un piso frío. Entonces, es cuando a tientas en la noche, sacamos una manta del ropero y con sigilo lo cubrimos con ella para no despertarlo.

La tercera noche, la que nos juega una mala pasada no es nuestra conciencia, sino que son nuestras carencias. Le empezamos a echar en falta. Lo que nos faltaba!!!

Es entonces, cuando vamos al dormitorio como para increparlo, y oh sorpresa!!! Al mirar a nuestro alrededor, casi no reconocemos ‘el cuartito’. Nos damos cuenta que ese hombre ha ido transformando ese antro oscuro, frío y desolado, en una verdadera habitación. Pero una habitación hecha a su medida. Ha trasladado almohadones, ha llevado una silla que hace las veces de mesa de luz, tiene conectado el ordenador y de él sale una música ambiental que le susurra al oído cuando está dormido (pensar cuantas veces me preguntó si me gustaba dormir con música, y cuantas veces le dije no, porque al otro día me levanto aturdida!!). Un espeluznante desorden de ropas esparcidas por el piso del dormitorio y nadie que le reproche para que las levante. Ha convertido el cuartito en ‘su cuartito’, un lugar acogedor, donde se siente a sus anchas y donde, para peor, se siente FELIZ!!!!!

Feliz!!!

Y pensar que le habíamos echado de nuestro cuarto para que sufra!!! Para que sienta la desdicha y el retiro le sirva para reflexionar sobre sus ‘pecados’, recapacite y vuelva a nosotras totalmente arrepentido. Pues no, ni nos extraña ni reflexionó, ni cambió de tesitura. Sigue siendo exactamente el mismo, y encima… es más feliz!!!!

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