1/12/2008

Hoy no te he dicho todavía que te quiero

Te quiero. Y no es el hecho de quererte lo que me abruma, sino la necesidad de decírtelo. Nunca a nadie quise de esta manera. Nunca de nadie me enamoré sin que pudiera contener todo lo que sentía en mi. Tal vez nunca me enamoré. Eso solía decir. Me negaba a aceptar que lo que no pudo ser hubiese llegado a ser si las circunstancias hubiesen sido otras, si yo hubiese sido otra. Entonces me hubiese gustado enamorarme, pero las conjeturas no llenan de sensaciones los cuerpos fríos. Y ahora sólo sé que te quiero. Que no soy capaz de controlarme y no decírtelo. Que no quiero dejar de decírtelo mientras todo mi ser siga queriéndote de igual modo.

6/08/2007

Cajas, cajitas y cajones

Hemos leído, escuchado, hablado y catalogado a nuestros hombres y nuestras relaciones infinidad de veces. Comparas uno con otro, ves lo que se parecía este y aquel que tan diferente de todos resultaba en su día, y cuando más o menos los tienes catalogados y ordenaditos y sabes actuar en las situaciones emocionales que se plantean aparecen nuevos "cajones" que no parecen tener sitio en tu armario. Pero no puedo resistirme ante una caja, cajita, cajón, armario ropero o alacena de cocina sin abrirlo... (es lo que tiene llamarse Pandora).


En una situación ideal tienes tus amigos con derecho a roce y tus historias más o menos complicadas (y más o menos controladas). En esta situación el principal problema al que te puedes enfrentar es con esas relaciones basadas en la amistad. Sí, la amistad entre hombres y mujeres es posible, siempre que el sexo no sea un problema. Y entre que el roce hace el cariño y el cuerpo anhela sexo terminas embarcada en relaciones donde te encuentras a gusto y disfrutas con tranquilidad mientras duran. Porque está situación supongo que mantenida durante demasiado tiempo debe llevar a callejones sin salida, donde alguno de los dos termina queriendo culquier cosa menos lo que tienen. Supongo que lo mejor es que el sexo sea esporádico (sí, si folla bien esto es bastante difícil, pero todo sea por la amistad) y cada uno mantenga sus opciones paralelas y una confianza absoluta para continuar hablando de ex-, presentes, posibles actuales y nuevos objetivos. Porque los amigos se suponen que son para eso no?, para hablar de todo y pasar un buen rato juntos.

Cuando tal como decíamos, todo parece más o menos controlado, de repente llega ese tío que vuelve tu mundo al revés y te complicas tu sola la vida. No sabes qué estas haciendo y no sabes donde reside una atracción tan irracional, tú, que siempre has ido con pies de plomos y grandes dosis de templanza para salir bien parada. O sí que lo sabes, porque te fascina todo de él, y todo... es demasiado: demasiado diferente a ti y demasiadas sensaciones que te desbordan y te hacen actuar de la peor de las maneras para que algo pueda prosperar (¡¡¡porque quieres que prospere!!!) Y aunque llega un punto en el que las cosas están claras y la historia no da para más, estos siempre te follan increíblemente bien. Así que mantienes esos encuentros esporádicos, ya desprovistos de cualquier matiz romántico, pero que atrapada por las cadenas del deseo intentas conseguir también alguna sonrisa, gesto o caricia que te hacen recordar porqué te volvía loca.

Y entonces, cuando te haces el firme proposito de que no se vuelva a repetir, has conseguido más o menos colocar al último en algún sitio del armario y estás recuperando tus amigos y tus aventurillas... llega él. Él no es un amigo, eso ha quedado claro desde el principio, pero no es uno más. No te vuelve de repente loca, no estás pensado en él todo el día; pero poco a poco está presente en todo lo que haces sin darte cuenta. No es extraordinariamente fascinante; es muy diferente a ti pero tremendamente cercano en pequeños detalles. Siempre tenéis algo para hablar, algo de lo que no hablarías en otras circunstancias, pero allí estás, escuchándole con absoluta atención "por qué el alcohol no sube de 96º" o "cómo se reproducen los helechos", y mientras tú contandole media vida sin que parezca hartase. Y aunque te hace sentir super tranquila de repente consigue que te sonrojes con una simple mirada o con un "guapa" que te dice medio dormida tras despertarle sin querer al acomodarte entre sus brazos. Al pasar los días sigues sin sabes dónde colocarle en tu armario, pero no te da miedo continuar descubriendole.

Así que seguiremos abriendo poco a poco esta nueva cajita, que no ha aparecido prometiendo grandes sorpresas y sin embargo transmite una magia intrigante, desconocida y peligrosamente atrayente.




Por cierto, supongo que no lo dudaréis a estas alturas, pero además de estar tan a gusto y todas las anteriores pamplinas, no sabes cómo o qué hace de especial, pero te folla como nadie ;)

6/05/2007

Todos somos animales

No sé cual es tu animal favorito. Ni siquiera me importa demasiado, la verdad. Tampoco sé cual es el mío... Supongo que depende del momento... Lo que sí sé es que, cuando se nos mueve la base, cuando por cualquier razón o irracionalidad, algo de nuestro entorno se tambalea, mordemos. Y no sólo eso: mordemos y nos gusta, nos gusta mucho.

Hace muchos días que le voy dando vueltas a mis principios básicos. No son nada del otro mundo, aunque he tenido mucho cuidado en elegirlos y procuro tener mucho más cuidado aún en conservarlos. Uno de ellos dice que no debería hacer algo a otro que no me gustase que me hicieran. Este principio, que aquí parece elegido al azar, doy fe en que es uno de los más complicados de mantener. Yo lo procuro y debo confesar que no siempre me sale del todo bien. Creo en el respeto; sobre todo en el respeto a la gente que lo merece (al margen de que me gusten o no), pero en especial a aquellas personas a las que aprecio.

Tras unas cuantos años de ir y venir, he llegado a la conclusión de que no quiero crecer a costa de los demás. La vida da muchas vueltas y yo ya he aprendido que lo que uno tiene en la cabeza a menudo no se corresponde con lo que los demás quieren o están dispuestos a ver. Sí. Esta frase hoy va por ti y por ella y por mí también.

Una persona a la que quiero mucho, a menudo me decía eso de que el infierno está lleno de buenas intenciones. Nada me parece más cierto en este instante. Y aquí estoy: antes de mi ducha y después de otro piti a escondidas, dándole vueltas a esta frasecita... Quizás para nada. Porque somos bestias y la supervivencia es mucho más poderosa que los principios y eso también me lo han grabado a fuego, aunque me fastidie.

Y al final no sé si deberá ponerme tan trascendente, porque todos estamos solos. Tan solos como nos permitamos creer y tan cerca o tan lejos de los demás, que a veces nos salimos de nosotros mismos... Entonces cada uno tiene sus pequeños atajos para volver de donde salió, aunque con tanto ir y venir, perderse y reencontrarse, casi es imposible no aparecer en la piel de otro... Y, mira, justo eso me ha ido a pasar precisamente contigo: me he metido lo que he podido en tu piel, en tus reacciones, en tus salidas de tono y en tus complejos, pero no he encontrado mucho... Al menos no he podido descubrir nada que me aporte y -me sabe mal- pero a estas alturas ya tengo gente para reir, para soñar, para fugarme y para torturarme: toda una galería de gente interesante, misteriosa, lunática y no tanto.

Por eso, aunque me gustaría decirte cuánto lo siento y que tú me escucharas o incluso me creyeras, va a ser que no. No, a preguntarme qué coño abré hecho mal hoy para que se ponga esa cara. No, a imaginar qué habrás desayunado para que estés de buenas. No, a echarte un cable. No, a interpretar tus malos modos. No, a reirme de tus gracias cuando a ti te apetece. No, a competir por algo que ni me interesa, ni me llena (y, ojalá me equivoque, pero a ti tampoco te llenará). No, a preocuparme. No, a compartir más allá de la cortesía. No, en definitiva, porque no quiero más.

Todos tenemos algo que vale la pena y tú no eres una excepción. Lo tienes, pero ya no me interesa. No sé si me equivoco o soy injusta... Lo único que sí sé es que, a pesar de las diferencias, para una buena relación de cualquier tipo hay que tener y respetar unos límites que han de ser aceptados. Sé que hay líneas que hay que cuidar mucho de no pisar y otras con las que hay que toparse, que son como hilos de pescar y que no vemos hasta que nos damos con ellas. Cuando esto pasa hay que hablar. Y es difícil hablar sobre las cosas que no nos gustan de nosotros mismos, pero de hablar depende que la relación vaya adelante.

Entonces nos toca comernos la imagen del pegaso alado, blanco y perfecto, para enfrentarnos a cualquier otro bichejo que todos procuramos tener bien escondido, en alguna trastienda, en una jaula de esas de las películas de miedo o debajo de la cama.

Mi mejor amigo, cuando todavía no podíamos serlo, me cogió una vez por banda y me obligó a colocarme en un punto intermedio entre ese ideal y el monstruo. Le odié una temporada por ello, pero acabé amándolo a él y a ese animal fantástico e imposible, hecho de trocitos de todas las bestias que alguna vez fui y que quizás llegaré a ser. Ahora me quiero más y quiero así también a la gente que no niega lo que es, que admite que la caga de vez en cuando y que piensa que los demás, toda la zoología real y imaginaria, no tienen porqué aguantar las neuras de nadie ni los ataques de “yo soy así”; en cualquier caso, aguantan (aguantamos) porque hay algo más que todo eso y porque, sin ninguna explicación, amamos a los demás, se lo merezcan o no, simplemente porque no podemos evitarlo.

No es tu caso. Ni el mío.

Por eso, te deseo buen viaje por esa jungla en la que quieres estar. Yo me quedo aquí, justo en la frontera, y te despido; prefiero mi selva con mis tesoros de aire. Yo no doy ni un paso más para adentrarme donde las cosas se pagan con una moneda que no tengo ni quiero tener. Donde quizás como aquí, todo se compra y se vende, pero nadie se pregunta lo que pierde en el mercadeo.

Te deseo suerte y me la deseo a mí, para poder seguir mi camino tal y como yo lo entiendo, a pesar de todo, a pesar de nosotros.

4/27/2007

Te digo adiós, y acaso te quiero todavía.
Quizá no he de olvidarte, pero te digo adiós.
No sé si me quisiste... No sé si te quería...
O tal vez nos quisimos demasiado los dos.

Este cariño triste, y apasionado, y loco,
me lo sembré en el alma para quererte a ti.
No sé si te amé mucho... no sé si te amé poco;
pero sí sé que nunca volveré a amar así.

Me queda tu sonrisa dormida en mi recuerdo,
y el corazón me dice que no te olvidaré;
pero, al quedarme solo, sabiendo que te pierdo,
tal vez empiezo a amarte como jamás te amé.

Te digo adiós, y acaso, con esta despedida,
mi más hermoso sueño muere dentro de mí...
Pero te digo adiós, para toda la vida,
aunque toda la vida siga pensando en ti.

Poema de la despedida
José Ángel Buesa

2/27/2007

Amistad

Todavía recuerdo la cara de mi padre cuando me espetó aquello de “ya, un amigo con derecho a roce...”. Tenía sólo 12 años y estava descubriendo el sentido de muchas cosas. Recuerdo la curiosidad (pre)adolescente y cómo buscaba sin cesar pistas de ese mundo adulto del que apenas arañaba el significado... No perdí la virginidad hasta los 16, pero confieso que la experimentación con mi cuerpo y con la de cualquiera que quisiera compartirla, absorvía toda mi atención. En esos días no tenía ni la más pálida idea de lo que se avecinaba y no fue hasta muchas risas y lágrimas después, que empecé a entender la variedad de matices de lo que sería “mi” mundo adulto: un planeta en el que más de 15 años después me siento muchas veces una completa alienígena.

Esa frase paterna –generada por sus experiencias y sus miedos, no siempre tan sanos como cabría suponer del semidios que era y sigue, en parte, siendo- me abrió una puerta, que seguro que mi pobre padre quisiera haber mantenido como estaba mucho más tiempo. Hasta ese día, esa “niña” que yo era, había mantenido compartimentos estancos: mi familia, mis amigas, mis amigos y los chicos que nos gustaban a todas las de la escuela. Jamás me pasó por la cabeza asociar mis pueriles fantasías (pre) sexuales a mis amigos. Todo era claro. Sin matices. Y mi padre, deseando precisamente todo lo contrario, me descubrió toda la gama de colores intermedios.

El día siguiente a aquella bronca, busqué un momento para preguntar a esa mezcla de amiga, hermana mayor, confidente y madre que siempre –siempre- tenía respuestas a las preguntas más difíles:

- Mami, ¿qué es un amigo con derecho a roce?- dije expectante, pero como quien no quiere saber...

- Algo más que un amigo. Alguien con quien puedes besarte o acariciarte, pero con el que no vas a compartir tu vida. ¿Tienes alguno, cariño?

- No, qué va...

Ella siguió fregando los platos como si nada. Yo agradecí que mi querida y estupenda mamá fuera tan directa y clara. Sobretodo agradecí que fuera tan distinta a mi padre y me sentí orgullosa de que me hubiera tocado esa mamá y no otra.

Mientras intentaba procesar esa información sin ninguna experiencia que la apoyara, me decidí firmemente a tener muchos amigos con ese derecho (aunque, en mi fuero más interno, me conformaba con tener sólo uno y poder compartir la vivencia con mis mejores amigas).

Al día siguiente, empecé la labor de seleccionar al candidato perfecto. Nunca he sido más naturalmente selectiva, ni he vivido tan de cerca la experiencia primitiva de la fémina en busca de su cazador nómada... Quiero decir que no tenía ningún sentido de la posesión, porque un amigo se tiene que compartir... en especial si es un TAN buen amigo.

En mi colegio, mixto y con los profes progres que entonces estaban de moda, había muchas opciones. Hice una lista de mis candidatos y eliminé cuidadosamente a aquellos que “podían ser algo más” o que “me gustaban mucho”. Lo hice como si me enfrentara a un problema de mates: con toda mi atención y el máximo cuidado. Al fin, quedaron 3 nombres.

El pobre chico (hiba a decir afortunado, pero no) flipaba años después, cuando nos despedimos en el último curso de la básica. Era un cielo, pero su mente todavía estaba en la fase de “odio a las niñas”. Yo le caía bien, porque me peleaba, escalaba muros y ganaba carreras. Todavía no me habían salido las tetas y supongo que me veía, hasta la propuesta, como uno más.

Me acerqué. Le dije que quería hablar con él y a la salida le llevé hasta las escaleras donde los mayores fumaban. Ese día sólo estaban los dos hermanos mayores de otros compis. Me senté y le pregunté si quería ser “mi amigo con derecho a roce”. Le expliqué que tendría que darme besos en la boca, pero que no quería compartir el resto de mi vida con él, porque me gustaban otros chicos.

Dudó unos minutos. Al cabo de lo que me opareció una eternidad, me dijo que “vale” pero que no había dado besos en la boca a ninguna chica. Le dije que yo sólo lo había practicado (en el sentido estricto de poner en práctica) con mi mejor amiga y que le podía enseñar.

Ese fue mi primer beso en los labios.

Fue aburrido.

No entendía qué le encontraban los de las pelis a eso de cerrar la boca, poner los labios encima de los de otra persona y estarse quieto un rato... Prefería jugar, pero estaba contenta de haber conseguido, con el primero de la lista, mi primer amigo con derecho a roce.

Me despegué y me fui corriendo a casa. Piqué al timbre, me abrió mi madre y mientras dejaba caer la mochila del cole, le expliqué que ya había conseguido un amigo de esos...

Todavía siento los pasos acelerados de mi padre y el zarandeo que me dió entre gritos...

Estuve castigada una semana, pero seguí coleccionando y cuidando ese tipo de amistades.

Gracias, papis.