Amistad
Todavía recuerdo la cara de mi padre cuando me espetó aquello de “ya, un amigo con derecho a roce...”. Tenía sólo 12 años y estava descubriendo el sentido de muchas cosas. Recuerdo la curiosidad (pre)adolescente y cómo buscaba sin cesar pistas de ese mundo adulto del que apenas arañaba el significado... No perdí la virginidad hasta los 16, pero confieso que la experimentación con mi cuerpo y con la de cualquiera que quisiera compartirla, absorvía toda mi atención. En esos días no tenía ni la más pálida idea de lo que se avecinaba y no fue hasta muchas risas y lágrimas después, que empecé a entender la variedad de matices de lo que sería “mi” mundo adulto: un planeta en el que más de 15 años después me siento muchas veces una completa alienígena.
Esa frase paterna –generada por sus experiencias y sus miedos, no siempre tan sanos como cabría suponer del semidios que era y sigue, en parte, siendo- me abrió una puerta, que seguro que mi pobre padre quisiera haber mantenido como estaba mucho más tiempo. Hasta ese día, esa “niña” que yo era, había mantenido compartimentos estancos: mi familia, mis amigas, mis amigos y los chicos que nos gustaban a todas las de la escuela. Jamás me pasó por la cabeza asociar mis pueriles fantasías (pre) sexuales a mis amigos. Todo era claro. Sin matices. Y mi padre, deseando precisamente todo lo contrario, me descubrió toda la gama de colores intermedios.
El día siguiente a aquella bronca, busqué un momento para preguntar a esa mezcla de amiga, hermana mayor, confidente y madre que siempre –siempre- tenía respuestas a las preguntas más difíles:
- Mami, ¿qué es un amigo con derecho a roce?- dije expectante, pero como quien no quiere saber...
- Algo más que un amigo. Alguien con quien puedes besarte o acariciarte, pero con el que no vas a compartir tu vida. ¿Tienes alguno, cariño?
- No, qué va...
Ella siguió fregando los platos como si nada. Yo agradecí que mi querida y estupenda mamá fuera tan directa y clara. Sobretodo agradecí que fuera tan distinta a mi padre y me sentí orgullosa de que me hubiera tocado esa mamá y no otra.
Mientras intentaba procesar esa información sin ninguna experiencia que la apoyara, me decidí firmemente a tener muchos amigos con ese derecho (aunque, en mi fuero más interno, me conformaba con tener sólo uno y poder compartir la vivencia con mis mejores amigas).
Al día siguiente, empecé la labor de seleccionar al candidato perfecto. Nunca he sido más naturalmente selectiva, ni he vivido tan de cerca la experiencia primitiva de la fémina en busca de su cazador nómada... Quiero decir que no tenía ningún sentido de la posesión, porque un amigo se tiene que compartir... en especial si es un TAN buen amigo.
En mi colegio, mixto y con los profes progres que entonces estaban de moda, había muchas opciones. Hice una lista de mis candidatos y eliminé cuidadosamente a aquellos que “podían ser algo más” o que “me gustaban mucho”. Lo hice como si me enfrentara a un problema de mates: con toda mi atención y el máximo cuidado. Al fin, quedaron 3 nombres.
El pobre chico (hiba a decir afortunado, pero no) flipaba años después, cuando nos despedimos en el último curso de la básica. Era un cielo, pero su mente todavía estaba en la fase de “odio a las niñas”. Yo le caía bien, porque me peleaba, escalaba muros y ganaba carreras. Todavía no me habían salido las tetas y supongo que me veía, hasta la propuesta, como uno más.
Me acerqué. Le dije que quería hablar con él y a la salida le llevé hasta las escaleras donde los mayores fumaban. Ese día sólo estaban los dos hermanos mayores de otros compis. Me senté y le pregunté si quería ser “mi amigo con derecho a roce”. Le expliqué que tendría que darme besos en la boca, pero que no quería compartir el resto de mi vida con él, porque me gustaban otros chicos.
Dudó unos minutos. Al cabo de lo que me opareció una eternidad, me dijo que “vale” pero que no había dado besos en la boca a ninguna chica. Le dije que yo sólo lo había practicado (en el sentido estricto de poner en práctica) con mi mejor amiga y que le podía enseñar.
Ese fue mi primer beso en los labios.
Fue aburrido.
No entendía qué le encontraban los de las pelis a eso de cerrar la boca, poner los labios encima de los de otra persona y estarse quieto un rato... Prefería jugar, pero estaba contenta de haber conseguido, con el primero de la lista, mi primer amigo con derecho a roce.
Me despegué y me fui corriendo a casa. Piqué al timbre, me abrió mi madre y mientras dejaba caer la mochila del cole, le expliqué que ya había conseguido un amigo de esos...
Todavía siento los pasos acelerados de mi padre y el zarandeo que me dió entre gritos...
Estuve castigada una semana, pero seguí coleccionando y cuidando ese tipo de amistades.
Gracias, papis.
1 comentarios:
Es estupendo que las féminas os unáis al movimiento "amigos con derecho a roce", sinceramente creo que deberíais seguirlo fervientemente.
Joan (un amigo para todo)
Publicar un comentario