1/09/2007

La tiranía de los suegros (I)

Los tres poderes en el hogar para una simétrica democracia

Tres elementos domésticos son los símbolos del poder y del control en el hogar. Quien los posea, será quien comande en lo psicológico y en la práctica los mandos de una casa.

El primero de estos símbolos es la cama. Por supuesto el lugar donde se producen todos los acontecimientos más importantes en la vida: las suaves sábanas acompasan las cálidas noches de placer; cobijan la concepción; es donde se toman las decisiones trascendentes porque meditando con la almohada o con la pareja, se diluyen aquellas disyuntivas que cambiarán los rumbos de nuestras vidas. El lecho es el símbolo del poder sexual, el símbolo donde convergen el deseo, el amor, la procreación, las decisiones que hacen a la pareja. En una palabra, representa el hogar.

Otro de estos símbolos es el dinero: hay quienes prefieren colocarlo antes del lecho en el orden de preferencia, pero yo prefiero que este símbolo no ocupe el lugar más trascendental. Sin embargo, hay que reconocerle que es el que facilita las tareas domésticas, porque nos procura el alimento, el esparcimiento, los medicamentos y muchas otras cosas más. Cuando este dinero se comparte y se coloca en una billetera común, estamos compartiendo los gastos más allá de quien haga el aporte principal, estamos equilibrando el poder por el poder en sí mismo. Porque el dinero es el más vil de los símbolos, el que determina a fin de cuentas quien toma las decisiones, por lo menos, las domésticas.

Por último, el símbolo del ocio, el del esparcimiento, el de la recreación, podemos reducirlo en ese breve comando lleno de botones que hace de algunos de nuestros ratos libres un momento relajante para informarse, entretenerse o simplemente escabullirse. Se trata del mando a distancia del televisor, que si bien no provee felicidad, en muchas ocasiones nos dispensa algunos momentos agradables. Al comando lo rodean también otros bienes materiales que vuelven acogedor nuestro reducto: un sofá en el que acomodarse en nuestros momentos de modorra con una solitaria lectura, los silencios y tantas breves instantáneas que representan nuestro universo femenino. Es el símbolo del ‘resto del día’, ese resto que nos queda para ensimismarnos en nuestros pensamientos, proveernos una novela apasionada, un periódico releído, un zapping apresurado. El resto del día que nos aguarda después de un día agitado.

Cuando esta simbología está bien entendida y los perímetros se colocan oportunamente, no hay peligro de sucumbir o fracasar en el intento por ser iguales, iguales en la cama, iguales en la toma de decisiones, iguales en el derecho a ver televisión o leer el periódico, sumergirnos en un libro, silenciar el tormento de un mal día, malgastar nuestras neuronas con una mala película en momentos afiebrados y cientos de esas intrascendentes circunstancias que forman parte de nuestra cotidianeidad.

Cuando las cosas mantienen su consentido equilibrio no pueden funcionar mal. Como dicen los psicólogos, se conforma una pareja simétrica donde el equilibrio surge de la convivencia pacífica entre pequeños desvaríos, donde los tres poderes simbólicos que unen la pareja, se decantan en una convivencia pacífica de los tres poderes.

Continuará...

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