Todos somos animales
Hace muchos días que le voy dando vueltas a mis principios básicos. No son nada del otro mundo, aunque he tenido mucho cuidado en elegirlos y procuro tener mucho más cuidado aún en conservarlos. Uno de ellos dice que no debería hacer algo a otro que no me gustase que me hicieran. Este principio, que aquí parece elegido al azar, doy fe en que es uno de los más complicados de mantener. Yo lo procuro y debo confesar que no siempre me sale del todo bien. Creo en el respeto; sobre todo en el respeto a la gente que lo merece (al margen de que me gusten o no), pero en especial a aquellas personas a las que aprecio.
Tras unas cuantos años de ir y venir, he llegado a la conclusión de que no quiero crecer a costa de los demás. La vida da muchas vueltas y yo ya he aprendido que lo que uno tiene en la cabeza a menudo no se corresponde con lo que los demás quieren o están dispuestos a ver. Sí. Esta frase hoy va por ti y por ella y por mí también.
Una persona a la que quiero mucho, a menudo me decía eso de que el infierno está lleno de buenas intenciones. Nada me parece más cierto en este instante. Y aquí estoy: antes de mi ducha y después de otro piti a escondidas, dándole vueltas a esta frasecita... Quizás para nada. Porque somos bestias y la supervivencia es mucho más poderosa que los principios y eso también me lo han grabado a fuego, aunque me fastidie.
Y al final no sé si deberá ponerme tan trascendente, porque todos estamos solos. Tan solos como nos permitamos creer y tan cerca o tan lejos de los demás, que a veces nos salimos de nosotros mismos... Entonces cada uno tiene sus pequeños atajos para volver de donde salió, aunque con tanto ir y venir, perderse y reencontrarse, casi es imposible no aparecer en la piel de otro... Y, mira, justo eso me ha ido a pasar precisamente contigo: me he metido lo que he podido en tu piel, en tus reacciones, en tus salidas de tono y en tus complejos, pero no he encontrado mucho... Al menos no he podido descubrir nada que me aporte y -me sabe mal- pero a estas alturas ya tengo gente para reir, para soñar, para fugarme y para torturarme: toda una galería de gente interesante, misteriosa, lunática y no tanto.
Por eso, aunque me gustaría decirte cuánto lo siento y que tú me escucharas o incluso me creyeras, va a ser que no. No, a preguntarme qué coño abré hecho mal hoy para que se ponga esa cara. No, a imaginar qué habrás desayunado para que estés de buenas. No, a echarte un cable. No, a interpretar tus malos modos. No, a reirme de tus gracias cuando a ti te apetece. No, a competir por algo que ni me interesa, ni me llena (y, ojalá me equivoque, pero a ti tampoco te llenará). No, a preocuparme. No, a compartir más allá de la cortesía. No, en definitiva, porque no quiero más.
Todos tenemos algo que vale la pena y tú no eres una excepción. Lo tienes, pero ya no me interesa. No sé si me equivoco o soy injusta... Lo único que sí sé es que, a pesar de las diferencias, para una buena relación de cualquier tipo hay que tener y respetar unos límites que han de ser aceptados. Sé que hay líneas que hay que cuidar mucho de no pisar y otras con las que hay que toparse, que son como hilos de pescar y que no vemos hasta que nos damos con ellas. Cuando esto pasa hay que hablar. Y es difícil hablar sobre las cosas que no nos gustan de nosotros mismos, pero de hablar depende que la relación vaya adelante.
Entonces nos toca comernos la imagen del pegaso alado, blanco y perfecto, para enfrentarnos a cualquier otro bichejo que todos procuramos tener bien escondido, en alguna trastienda, en una jaula de esas de las películas de miedo o debajo de la cama.
Mi mejor amigo, cuando todavía no podíamos serlo, me cogió una vez por banda y me obligó a colocarme en un punto intermedio entre ese ideal y el monstruo. Le odié una temporada por ello, pero acabé amándolo a él y a ese animal fantástico e imposible, hecho de trocitos de todas las bestias que alguna vez fui y que quizás llegaré a ser. Ahora me quiero más y quiero así también a la gente que no niega lo que es, que admite que la caga de vez en cuando y que piensa que los demás, toda la zoología real y imaginaria, no tienen porqué aguantar las neuras de nadie ni los ataques de “yo soy así”; en cualquier caso, aguantan (aguantamos) porque hay algo más que todo eso y porque, sin ninguna explicación, amamos a los demás, se lo merezcan o no, simplemente porque no podemos evitarlo.
No es tu caso. Ni el mío.
Por eso, te deseo buen viaje por esa jungla en la que quieres estar. Yo me quedo aquí, justo en la frontera, y te despido; prefiero mi selva con mis tesoros de aire. Yo no doy ni un paso más para adentrarme donde las cosas se pagan con una moneda que no tengo ni quiero tener. Donde quizás como aquí, todo se compra y se vende, pero nadie se pregunta lo que pierde en el mercadeo.
Te deseo suerte y me la deseo a mí, para poder seguir mi camino tal y como yo lo entiendo, a pesar de todo, a pesar de nosotros.
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